Concursos de vinos, catadores estrella, poder y estilos gentrificados

Los concursos de vinos y las calificaciones de críticos influyentes —como James Suckling, Robert Parker o Jancis Robinson— han creado un ecosistema donde un puñado de paladares decide qué vinos podrían triunfar y cuáles pasarían inadvertidos. Sus puntuaciones, publicadas en revistas como Wine Spectator, Decanter o Vinous, se convierten en sellos de calidad indiscutibles… pero también en una herramienta que homogeniza el gusto y margina estilos que no encajan en sus parámetros.

El poder (y los sesgos) de los catadores estrella

Cuando James Suckling otorga 100 puntos a un vino, su precio se dispara. Cuando Robert Parker elogia un estilo concentrado y tánico, bodegas de todo el mundo suelen imitar ese perfil. Pero, ¿quién decide que esos gustos son mejores?

  • El mito de la objetividad: Históricamente, los críticos han privilegiado vinos potentes, de alta extracción y perfil internacional, dejando fuera estilos más sutiles, tradicionales o locales.
  • El efecto «Parkerization»: Bodegas ajustan sus vinos para complacer críticos, sacrificando identidad por puntos.
  • ¿Sus paladares representan a los consumidores? Un amante de un “vino natural” en Dinamarca o un winelover de Japón pueden tener preferencias radicalmente distintas.

Revistas internacionales: ¿Guías o dictámenes?

Medios como Wine Spectator o Decanter tienen alcance global, pero sus jurados suelen ser anglosajones o europeos, con poca diversidad cultural. Un mismo vino puede ser «elegante» para un crítico británico y «flojo» para uno estadounidense, pero la puntuación final se impone como verdad universal.

VinoSub30: El contrapoder de los consumidores reales

Frente a este sistema, proyectos como VinoSub30 proponen una democratización:

  • Jurados jóvenes y locales, no solo expertos.
  • Criterios adaptados a cada mercado: Lo que funciona en España puede no hacerlo en Brasil.
  • Menos dogmatismo, más diversidad: En lugar de buscar «el mejor vino del mundo», exploran «los mejores vinos para cada generación y cultura».

Conclusión: ¿Quién dicta lo que es bueno?

Los concursos y críticos seguirán existiendo, pero su autoridad no debería ser incuestionable. El futuro del vino no está en un puñado de paladares privilegiados, sino en aceptar que hay tantas formas de disfrutarlo como bebedores en el mundo.

¿Deberíamos seguir confiando ciegamente en los 100 puntos del gurú de turno? ¿O es hora de que los consumidores —jóvenes, diversos, globales— tomen la palabra?

🍷 ¿Vinos para críticos o vinos para beber? La polémica sigue abierta.


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